CAPÍTULO SIETE…….. DIVERTIRSE
No pido más. Reírme y no engordar demasiado. Eso es, ya, lo único que pido cuando salgo a comer o cenar con amigos.
Pero hubo un tiempo en que esto no era exactamente así.
Antes me gustaba ir a los lugares más in del momento, epatar al llegar, saludar hasta al apuntador, como dicen los paletos “ver y ser vista”, probar los platos más sofisticados de los chefs más famosos del momento (y digo del momento porque la mayoría solían gozar de una fama más efímera que la de los tiktokers que sigue Catalina) y así ir tachando de mi lista de must go, uno a uno, los locales más fashion.
Estaba dispuesta a comerme un sapo con forma de ojo de besugo y sabor a rayos y truenos, embutida en un vestido faja de licra, aguantando unas sandalias de tacón de quince centímetros que se ataban con unas cintas hasta la rodilla y, todo ello sonriendo, sin respirar demasiado, no fuera a ser que se me soltase el medio-michelín (por aquella época era medio) y encima manteniendo una conversación fluida, divertida y mordaz con mis compañeros de mesa.
El momento de ir al baño siempre me pareció una hazaña en aquellos tiempos ya pasados.
Una vez te habías metido entre pecho y espalda el cocktail de llegada, la copa de champagne (que prácticamente nunca lo era), los tres primeros platos líquidos y el agua necesaria para engullirlos (porque entre el asquito que me dan a mí según que texturas y el sabor inhóspito de algunas invenciones culinarias post 2000 era “o pa dentro con agua o pa fuera”) te entraban unas ganas terribles de hacer pis. Aguantabas lo posible pero llegaba un momento en que ya no había más espera.
Entonces sonreías, te levantabas de la mesa y metiendo barriga, subiéndote las cintas de las sandalias de nuevo a la rodilla (pues las más de las veces con la relajación del gemelo al sentarte se habían resbalado hasta el tobillo) e intentando que no se te viera el pandero, todo ello en unidad de acto como en la Notaría, te recolocabas toda tu e iniciabas el camino hacia el baño, intentando mantener el esplendor de la llegada, contener el pipí que se te escapaba (y eso que esos eran tiempos preparto), la sonrisa altiva, el cogote recto y la espalda erguida.
Y así, tacón frente tacón, llegabas al baño en el que, al cerrar la puerta del retrete, te sentías, por unos momentos, liberada de tensiones y apreturas y soltabas todo lo que tenías que soltar intentando, eso siempre, no rozar la tapa del wáter mientras mantenías el equilibrio a dos pies y con tacones.
Suerte que nunca he bebido en demasía, porque no me quiero imaginar la posturita ebria.
Pero no hay mal que por bien no venga, una va cumpliendo años y las servidumbres de la juventud, que las tiene y muchas, se van relajando.
Ahora ya, como decía, me basta con tomar algo fácil en buena compañía y si puede ser, reírme un rato.
Hemos quedado a las dos en punto pero llego a y cuarto.
A mí la verdad es que llegar a “en punto” me parece de bastante mala educación.
Nadie que no sea un puntual voraz llega a “en punto”, y si llegan a “en punto” entiendo que es porque quieren ir antes un momento a asearse, fumarse un pitillo en la puerta, o sentarse un momento a relajarse. Y quien soy yo para inquietarles en esos momentos de paz??
Y en cuanto a los puntuales, los que verdaderamente sienten placer en llegar a tiempo (muy respetable, pues ya sabemos que placeres perversos existen en el mundo) se pueden sentir gravemente agredidos si los normalitos, como yo, llegamos también a “en punto”.
Pobres raritos de la puntualidad, los “apuntuales” o incluso “impuntuales” debemos cederles el privilegio del “en punto” y aparecer algo después a riesgo de que, de lo contrario, ese placer que sienten pueda convertírseles en obsesión y hacer que intenten llegar incluso antes de la hora, lo que les podría dar un cierto aire de lo que califica un amigo mío como “pocafeina”.
A lo que iba, llego unos veinte minutos tarde (¿he dicho quince?), azorada, porque una cosa es ser impuntual y otra mal educada, y entro como una apisonadora en el restaurante.
De repente me encuentro inmersa en un local delicioso que estéticamente me transporta al lujo asiático. Acabo de dejar el asfalto de Madrid y es como si estuviese en las Maldivas, aire libre, palmeras, un fino hilo musical vacacional y un aroma a exotismo que me transporta.
A lo lejos veo una mano que se agita. Es Tea. Dorotea. La mujer más divertida que he conocido jamás, metro ochenta de sagacidad, litros de estilazo corriendo por sus venas y kilómetros de aventuras bajo sus pies que calzan imperturbablemente zapatos italianos que siempre se convierten en un deseo para mí.
Tea es interiorista y ha trabajado para embajadores, políticos, actrices, músicos, celebrities y demás privilegiados (o no) del mundo de las deidades. Nunca te contará una intimidad de sus clientes pero si la picas un poco siempre suelta alguna anécdota inolvidable que ha transcurrido entre la elección de los zócalos y la discusión sobre si la mejor ropa de cama es italiana o portuguesa.
- Martísima!!!! Cariño!! Qué ilusión!! Qué ganas tenía de verte! Pero si estás estupenda!
Ella sí que está estupenda la cabrona.
- Cuéntame YA tu secreto para sobrevivir un infinito a un matrimonio, haber parido dos veces y no parecer una matrona escocesa?. Y este pelo? Es divineeeeee!! Me flipas!
- Qué va a tomar? - Me pregunta el camarero tan pronto como tomo asiento.
- Un Blodie Mary por favor.
En nada vuelve con un vaso de cristal tallado y una ramita de apio flotando en el brebaje rojizo. Sólo verlo ya me siento mejor.
- Tea. Te he echado de menos! Necesito inspiración! Si no te veo me convierto en una cuarentona gris y aburrida. Cuéntame, cuéntame. Qué es de tu vida?.
- Anda, anda! Si estás preciosa! Pues ya sabes, un no parar. Acabo de llegar de Comporta.
- Y has ido solita?. – Le pregunto con sorna. Dorotea siempre dice que no necesita a nadie en su vida para ser feliz pero que no por ello va a renunciar a las oportunidades que le sirve el destino. Y con esa teoría alterna acompañantes diversos de todo tipo y pelaje que, sin excepción, se enamoran locamente de ella y acaban con el “corazón partío”.
De repente se pone muy seria, cierra los ojos y se muerde el labio inferior. Me coge del brazo y me atrae hacia ella. Y muy flojito me susurra al oído: - Me caso.
-PERDONAAAAA???. - Grito yo.
-Shhhhhh… calla loca! Que nadie se entere!
- Perdona pero la loca eres tu! Has llegado más que dignamente a la barrera de los más de cuarenta compuesta y soltera y ahora vas y te casas?? Contra quién?? Pobrecito, pero ya te conoce??
Se parte de risa. Está eufórica. Le brillan los ojos. Ella, la independiente e inspiradora Tea, la que todas hemos envidiado en algunas ocasiones por su aparente libertad y su autosuficiencia, por ser la dueña de todo su tiempo, por las explicaciones que nunca dio y por los pensamientos que nunca necesitó esconder, ella, ha caído también en las redes del compromiso marital.
Lo primero que se me viene a la cabeza de forma inconsciente es que sería mejor que se casara bajo el régimen de separación de bienes así como algún que otro consejo para el futuro-probable divorcio, pero la veo tan tremendamente feliz y vulnerable a la vez, inocente-inconsciente, rendida ante la inercia del amor, que quién soy yo, veinte años de feliz, que no fácil, matrimonio a mis espaldas, para quitarle ya la venda de los ojos.
- Chicaaaaasssss!!!!!! Por fin Serafín!!!!!!!!!!!!!!!!! Cañonazas!!!!!!!!!! Pero si estáis fabulosas!!!!!!!!
Aparece Esther. Con h intercalada. Compañeras de clase desde los 6, amigas desde los 13. La guapa, la popular, la que vestía mejor, la que sacaba mejores notas… La odié hasta que la conocí porque, en realidad, es una delicia. Buena, divertida, adorable.
- Sabes que te odio?? Cuando dejarás de ponerte tejanos con camiseta blanca?? Lo haces para hacerme rabiar verdad? Sabes que si yo me pongo eso parece que me haya vestido para sacar la basura un día de lluvia…
Me da un abrazo asfixiante.
- Qué ganas tenía de verte! Pero qué pasa? Te has jubilado? O ya no tienes clientes importantes en Madrid.
Nos encanta machacarnos.
- Dori!!!!! Perdonaaaaa??? Y esos pendientes?.
Dorotea agita la cabeza movilizando sus aros de oro rosa que añaden brillo a su cara de felicidad.
Dorotea y Esther son vecinas y cuando Tea (o Dori) no está viajando se ven mucho más a menudo de lo que yo puedo verlas. Eso siempre me deja un agujerito y alguna pelusa entre pecho y espalda.
El camarero se acerca con un Cosmopolitan que Esther apura sin respirar.
- Ya se lo has dicho??
- Sí. - Afirma Tea, sonrisa de Netol mediante. Dice que estoy loca.
- Pues espera a oír esto cariñín. - Suelta Esther sentándose a mi lado y cogiéndome de la mano.
- Bueno, a ver, pero qué os pasa? Y tú ahora qué me vas a contar?-
Se lo pregunto con un cierto temor interno pues el marido de Esther es mi mejor amigo. Nos sentábamos en el mismo pupitre y estudiamos juntos la carrera. Fui testigo en su boda, soy la madrina de su perro… me llevaría un verdadero disgusto si fueran malas noticias. Pero no lo parece, la veo contenta
Se atusa la melena, se aclara la garganta; - Estoy embrazada. De tres meses. Y son gemelas.
- COMO???????????????????
Esther y Rafa llevan veinte años casados, quince de los cuales han dedicado gran parte de su tiempo y esfuerzo a tener hijos. Era un tema sobre el que habíamos hablado mucho pero al final, un día, pensé que era mejor dejar de preguntar.
- Voy a ser tííaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!
Las tres nos abrazamos, gritamos, lloramos, somos felices.
- Pero cómo habéis esperado tanto en contarme que os casáis y estáis embrazadas?.
- Cada una una cosa eh!. Yo no quiero niños! Sólo me faltaba eso..
- Bueno, bueno… nunca digas nunca que aún eres joven.
Nos reímos.
Mis amigas están muy locas y yo le doy gracias a la vida por tenerlas, porque las buenas amigas son como los buenos libros, te permiten vivir otras vidas, aprender de ellas, sufrirlas, emocionarte, divertirte… y yo… no pido más.
😂😂 Muy diver Susana!!!! Bravo tus amigas y las mías !!! 😍
👏🏻👏🏻👏🏻Super!!!